15 mayo 2008

La fiebre de Norma

Por: Pedro Omar Rivera
“Todas las cosas malas
están dentro de su cabeza…”
La Castañeda 

No había opción, la única forma de alejarlo era matándolo. Norma conoció a Mauricio desde que tenían siete años, cuando en su habitación de hija única la compañía se hacía necesaria y los amigos estaban prohibidos. Preciosa, los extraños no entran a la casa, decían sus padres. Él se volvió parte su vida cuando le dijeron que era un amigo imaginario, algo normal; que con el tiempo se marcharía de su vida.

Desde ese momento para ella no había más hombres que Mauricio, él era el amigo-amante que cumplía con todos sus deseos, el hombre que deseaba tener a su lado por siempre. Sin embargo, sus problemas comenzaron cuando Norma conoció a Eduardo, un compañero de la preparatoria que la perseguía todo el tiempo con la esperanza de que, escondida tras esa niña tímida, hubiera una mujer perversa esperando ser provocada. Ella le confesó que estaba con alguien, alguien muy especial. Tú no puedes verlo pero siempre está conmigo, me ama y lo amo, por eso no me interesa conocerte. Habló segura y pausada, con la ingenua esperanza de que eso lo haría perder el interés en ella. Encerrada durante años en el pequeño mundo que compartía con Mauricio, no podía saber que cuando alguien se obsesiona con otra persona no le importa la condición en que se encuentra. La obsesión es una luz enorme que nos impide ver más allá de lo que queremos.  

Para Eduardo todo aquello era como el juego de una niña que se esconde esperando ser atrapada por el lobo. Él era el lobo.

La terapia comenzó después de que una noche que fue al cine con Eduardo, Mauricio la golpeo hasta el cansancio. Eres una cualquiera, una puta. Perra. Dijo él sin la menor consideración por la mujer que lo había refugiado en su casa durante más de diez años.

Once meses en el manicomio no son unas vacaciones largas, al volver a casa todo es distinto, vienen los familiares a contar sus últimas hazañas, intentando ocultar así sus propias vergüenzas, sus adulterios y adicciones; esperando el momento estelar de la noche en el que se cuentan las historias de los manicomios. Con el morbo pululando, todos ponen atención a cada palabra hasta que llega la hora en que por fin van a escuchar de los amorios entre siquiatras, de las comidas horribles, de los castigos e infamias a las que son sometidos los enfermos mentales. Todos esperan oir eso. Pero Norma no dice algo al respecto, sonríe con evidente hipocresía a cada una de las visitas hasta que el morbo se da por vencido y el aburrimiento los ahoga. Se marchan desilusionados con la enferma esperanza de que un día sabrán lo que sucedió ahí dentro.

Los detalles son necesarios cuando se trata de alguien amado. Se tomó el tiempo para escoger un flor, una tarjeta y color del labial con el que dejaría su último beso.  

Cuando se fue la noche vino el llanto, los porqués, los arrepentimientos. Pero ya no había respuesta. Sólo los detalles y unas palabras en la tarjeta: Con amor para Eduardo. Para que sólo seamos tú y yo.

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