17 mayo 2008

En la tradición (1)

Por: J. L. Rodríguez Ávalos

Xarakuaro era una de las islas del Lago de P’áskuarhu, hasta que se vio unida a tierra. Allí vivió tata Gervasio López, principal mantenedor de la famosa Danza de Viejitos que representa, de muchas maneras, a Michoacán.

Tata Gervasio murió en 1999 en extrema pobreza, desconocido del mundo; músico de los meros buenos, fue exponente importante de la cultura p’urhepecha y su muerte tan sólo engrosó el obituario de artistas indígenas fallecidos en la pobreza y el olvido.

En diciembre 2004 murieron varios músicos tradicionales, entre ellos don Carlos Cervantes, más conocido como El Maiceno, jaranero y vihuelero, director de Los Caporales de Santa Ana Amatlán, municipio de Buenavista Tomatlán, en plena tierra caliente michoacana.

También falleció el arpero de ese mismo grupo, don Candelario García, quien había ganado –junto con su hijo Candelario- primeros y segundos lugares como arpero y tamboreador de arpa en las fiestas octubrinas de Apatzingán, máximo festejo de la tierra caliente michoacana. 

Pero el 2005 se vino duro contra la gente de la tradición. En la región p’urhepecha muere tata Francisco Salmerón Equihua, director de la gran Orquesta de Quinceo (municipio de Paracho), clarinetista y compositor. En la región de la tierra caliente del Río Balsas murió el guitarrero Jesús Pineda, que hacía por la tradición en el Cuarteto del Recuerdo; murió la bailadora Rafaela Betancourt, mantenedora de danzas de la región de Huetamo; y luego falleció el violinista Rafael Ramírez, a los 84 años, compañero de andanzas de Juan Reynoso y tantos otros músicos tradicionales, conservador de sones, gustos, valses, minuetes, danzas y tanta música como él sabía, quizá el último tañedor de la túa o guitarra panzona, pobrecita, quién le rascará ahora sus cinco cuerdas solitas.

El destino

Por esos caminos de la pobreza y la ansiedad se va haciendo uno músico o bailador, se van encontrando las razones para alegrar a la gente, la tierrita en las uñas te va dando los secretos de las cuerdas y del arco y de la sopladera, las sombras de los árboles te dicen clarito por dónde va la melodía y el río te trae los meneos del son.

Para el músico de la ciudad su instrumento le da la oportunidad de tener una profesión, pero al músico tradicional se le revela siempre como un destino. Y se agarra al destino de músico como puede agarrar el de bailador o matador de puercos y reses, nadie puede escapar a su destino y es mejor encararlo, darle de beber y comer para que crezca sano y fuerte y pueda servir a la demás gente como parte de la alegría de vivir.

Siendo inevitable, el destino nos va llevando por la vida para probar lo bueno que nos tiene reservado, así como sus sinsabores, que de todo tiene uno que conocer si es que quiere formarse plenamente. La vida no es ingrata, sólo las personas, pero para eso está la música, siempre allí, para aliviar las penas y darle sentido a los demás ingredientes de la tradición, porque nadie puede entender que pueda haber música sin baile o baile sin música, pues qué desfiguros van a ser esos.

Qué es la tradición

La gente de la ciudad, que todo lo confunde, no entiende muy bien ese asunto de la tradición. Y luego llegan los maestros diciendo que deben acabarse las tradiciones, porque favorecen el alcoholismo y el maltrato de las mujeres. Pues qué mal andan, confunden tradición con costumbre.

Las tradiciones no debieran desaparecer porque son el sustento de las comunidades tradicionales, sin ella se mueren, se transforman en sabe qué cosa pero ya no son lo que debieran. Ya mucho mal hacen la migración, las mentiras de la tele y los discursos políticos como para también querer darle en la torre a la tradición, a lo que hace gente a la gente.

Qué mal, pues, que confundan tradición con costumbre, que no son la misma cosa, Dios nos libre. Así como confunden cultura tradicional con cultura popular, o tradiciones con folklore.
En la gran fiesta octubrina de Apatzingán ya no suben a la tarima las bailadoras y bailadores tradicionales, porque no pueden hacer las cabriolas, brincos y maromas que hacen los grupos de la danza folklórica. 

La danza folklórica es de la ciudad, le gusta uniformar a las muchachas con faldas y trenzas de a mentiras, igualitas, y a los muchachos con vestuarios de la misma marca. Pero el baile tradicional no puede hacer eso, no le interesa resaltar las ancas ni las corvas ni el pecho salido hasta acá o los labios retepintadotes.

La danza folklórica requiere que todos le suenen parejito y que vayan bien pegaditos a la música del caset o del disco, habrase visto. A los músicos tradicionales no les gusta acompañar a los baletes porque, la mera verdad, le quitan el gusto al baile.

Pero ni modo, así les gusta en la ciudad y muy sus ganas de hacer las cosas al revés.
Pero en la tradición se tiene en cuenta desde la tierrita. La tradición no puede agarrarse y llevarse para otro lugar, la tradición es de donde es, qué caray, porque nace en la tierra y desde la tierra, de donde todos salimos y a donde vamos a ir a parar.

La tradición es la música, el baile, la ropa, los ornamentos, la comida, la bebida, la religiosidad, las costumbres, la tabla, la fiesta. No puede ser una de estas cosas, tiene que ser todas las cosas.
Claro que en la ciudad se puede hacer la fiesta con una grabadora y una botella de vino, pero así qué chiste. Y en la ciudad, si se quiere hacer fiesta, van y compran todo lo necesario. En la tradición se procura comprar lo menos posible, porque todo lo puede hacer uno, ni que estuviéramos tullidos o qué. Se hace el vestuario, los uaraches, el aguardiente, la comida, las tortillas y así ya nada más se descuelgan los instrumentos después de la labor ¡y a darle!

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