21 marzo 2008

El cinturón de Orión

Por: Omar Rivera
“En el cielo estaba Orión
iluminando el momento
con cuatro puntos de luz.
En la tierra estabas tú
Iluminándome a mí…”
La Barranca


Acostumbrábamos a tirarnos con el ombligo apuntando a las estrellas. Sólo mirábamos sin hablar, esperando que algo sucediera de pronto. Así, durante horas, todo el cosmos era nuestro. Nos asombrábamos de pensar que la inmensidad del universo podía meterse en la pequeñez de nuestras pupilas. Luego, con los ojos repletos de cielo y asombro, volteábamos para encontrarnos con los destellos de nuestras propias miradas. Entonces ella sonreía, y yo la besaba. Y en ese beso nos entregábamos con descaro a una total indiferencia; porque entonces el mundo ya no importaba, porque el asombro del universo aprisionado en nuestros ojos nos impedía ver más allá de nosotros mismos. Nos besábamos sin cerrar los ojos, y en el vaivén de nuestras lenguas desesperadas, las miradas se perseguían frenéticas, poseídas por el deseo que aumentaba cada vez que nos sabíamos cerca; tan cerca que olvidábamos quienes éramos y nos creíamos uno; tan cerca que ya no pensábamos en lo que podría suceder; porque al ser observados por cientos de miles de astros, crecía más nuestro deseo de poseernos irremediablemente, de entregarnos con la esperanza de que, quizás, si nos besábamos lo suficiente, el mundo dejaría de ser lo que es, para convertirse en otra cosa inimaginablemente mejor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Toc, toc...

Bravo!!!, me gustó mucho encontrar tus letras y darme cuenta que..., sí, es cierto, el amor nos permite imaginar y también construir un mundo mejor...

Lucero